Reseña sobre Señales que precederán al fin del mundo de Yuri Herrera, por Christopher Rosales Tognarelli
Señales que precederán al fin del mundo
Yuri Herrera
ISBN 9788492865062
Año Edición 2010
Editorial PERIFERICA
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Señales que precederán al fin del mundo
Yuri Herrera
ISBN 9788492865062
Año Edición 2010
Editorial PERIFERICA
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Ciertamente el mexicano Yuri Herrera (1970) ―junto a Junot Díaz, Zambra, entre otros― dentro de los últimos años ha ingresado al hall of fame de la nueva narrativa mundial. En modo figurativo, por supuesto. Y no por nada. Con una prosa fresca y poética ―y por suerte no en un sentido meloso como suele ocurrir― nos presenta obras que se mueven entre la fabulística, la épica y la oralidad. De eso va Señales que precederán el fin del mundo, la segunda novela de Herrera publicada el 2010 por periférica.
Para quienes leyeron Trabajos del Reino, la primera novela del autor, esto no les será nada nuevo, sino más bien la confirmación de que aquél libro tan distinto y maravilloso no se trataba de un chispazo ni de un recurso narrativo novedoso, pero propenso a agotarse al corto plazo. Nada de eso.
En este libro, Herrera nos narra la historia de Makina, una joven mexicana que parte en busca de su hermano quien ya hace un tiempo que partió hacia el norte y cruzó la frontera en busca de mejores oportunidades y de quien no ha sabido anda desde entonces. Para esto ella deberá pasar por nueve etapas, como si se tratase de un mito: la propia mitología de quien cruza la frontera, de quien sueña con dejar atrás la ―en palabras de Makina― “Pinche ciudad ladina (…) Siempre a punto de reinstalarse en el sótano”. En este sentido, se trata de darle un carácter épico o fantástico a lo cotidiano, pero no al cotidiano literario; este es el cotidiano del mexicano pobre que debe transgredir las leyes para poder conseguir justicia o algo entre tanta nada.
Al igual que en su obra predecesora la oralidad ocupa un lugar importantísimo en el relato. Se trata de una obra llena de frases y modismos propios de México y sobre todo del México marginal. No se trata de agregar un par de chidos y órales, sino algo mucho más complejo que incluye una sintaxis propia e incluso errada para los puristas, y que habla de una comprensión del lenguaje en sí mismo y de la ruptura del convencionalismo escolar que reza la superioridad del estilo formal y culto por sobre cualquier otro.
También habla de un compromiso ―político y estético― de parte del autor, que no dejará inmune a ningún lector abierto a apreciar la hermosura de una lengua viva y en constante evolución. El compromiso del que hablo se aprecia a tal punto que no solo son los personajes quienes reproducen este lenguaje tan único como periférico, sino que el propio narrador (omnisciente, tercera persona, acaso aun nos bastan esas categorías) se entremezcla con las voces de sus personajes y no teme a perder la objetividad que le exigimos y usa esa misma sintaxis, demostrándonos a la vez lo poética de ésta: “Ella se iba para nomás volver, por eso llevó apenas estas cosas”.
Por último, la reflexión sobre el lenguaje, aparte ―o a la mano― de la de los sueños, la pobreza y el ser jodidamente latinoamericano, se hace evidente en la voz del narrador, metido en la cabeza de la propia protagonista, quien reflexiona:
“Al usar una lengua la palabra que sirve para eso en la otra, resuenan los atributos de una y de la otra: si uno dice Dame fuego cuando ellos dicen Dame una luz, ¿qué no se aprende sobre el fuego, la luz y sobre el acto de dar? No es que sea otra manera de hablar de las cosas: son cosas nuevas. Es el mundo sucediendo nuevamente, advierte Makina: prometiendo otras cosas, significando otras cosas, produciendo objetos distintos”.